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El fútbol, ¿rehén de los extremistas?

Adebayor era uno de los que quería jugar la Copa africana de naciones
Adebayor era uno de los que quería jugar la Copa africana de naciones

Gritos xenófobos, golpes dentro y fuera de los terrenos, riñas entre grupos de fanáticos y también un ataque terrorista, como el que sufrió la selección nacional de Togo, han creado un ambiente de inseguridad en el más universal de los deporte, cinco meses antes del inicio de la Copa Mundial Sudáfrica 2010.

Los extremistas parecen haber tomado el control del fútbol. Tal vez esta afirmación luzca exagerada, pero si se analizan los enormes presupuestos de seguridad que emplean las naciones sedes de importantes eventos, el constante intercambio de listas con personas “potencialmente” conflictivas, desde hooligans hasta tifozzis, además de las revisiones antes de entrar a cada estadio, pues entonces se tiene una idea más completa sobre cuán compleja es la situación actual del fútbol.

Quizás lo más triste sea que todas esas acciones están justificadas. ¿Cómo no gastar casi 100 millones de dólares en Sudáfrica, después de lo sucedido en Angola? ¿Existe otra manera de frenar la violencia en las instalaciones que no incluya la presencia en las gradas de decenas, a veces miles, de agentes del orden? ¿Los mensajes en los estadios, con llamados abiertos a detener las expresiones racistas, han tenido un impacto real? 

El simple hecho de asistir a un partido ha llegado a convertirse en una experiencia peligrosa. No importa si el torneo es africano, europeo o latinoamericano. Los extremistas utilizan cualquier ocasión para dañar al deporte y lograr sus propósitos.

Ellos conocen toda la atención que recibe un desafío importante y aprovechan esos momentos para proferir insultos a los atletas negros, enseñar banderas de la época del régimen de Francisco Franco, entablar verdaderas batallas campales dentro y fuera de los recintos y también, tristemente, la emprenden contra los jugadores, como lo demuestra el ataque que recibió la selección nacional de Togo que se disponía a participar en la Copa africana de naciones que se celebra en Angola.

Si los gritos ofensivos que de manera constante recibe el italiano Mario Balotelli del Inter de Milán o los conflictos vividos en el partido de la Copa Europa entre el Athletic de Bilbao y el Rapid de Viena preocupan a los millones de fanáticos del fútbol, ninguno puede compararse con la muerte violenta de dos miembros togoleses.

La situación de Balotelli no es nueva y ya varios equipos del Calcio italiano han recibido castigos monetarios por no poder contener los cantos racistas entonados por determinados grupos que, en lugar de presenciar los desafíos, parecen concentrarse en ofender al jugador de origen ghanés.

Peores momentos vivieron los futbolistas del equipo vasco Athletic de Bilbao en su visita a la capital austriaca, durante la fase clasificatoria de la Copa Europa. Desde el mismo pitazo inicial, extremistas de derecha comenzaron a lanzar bengalas. Las cosas se complicaron cuando esos mismos grupos mostraron en las gradas la bandera que identificó al régimen de Francisco Franco y otras con un contenido racista. Para completar el espantoso cuadro, invadieron el terreno y obligaron a la terminación anticipada del desafío.

Sin embargo, ninguna de estas desagradables noticias del más universal de los deportes puede compararse con la tragedia en la que se vio involucrada la delegación togolesa y que concluyó con la muerte del segundo entrenador y el portero suplente.

Un grupo terrorista se atribuyó el ataque al ómnibus en que viajaba el equipo. De inmediato las máximas autoridades togolesas ordenaron la retirada de su selección del evento; aunque varios jugadores estaban dispuestos a participar, como una forma de recordar a los fallecidos. La partida definitiva despertó nuevas polémicas porque Togo fue descalificada y lo peor es que podría recibir una fuerte sanción por parte de la Confederación africana de fútbol. Es cierto que las reglas son iguales para todos; pero ahora existen atenuantes muy fuertes.

Algunos no han dudado en establecer analogías poco favorables. Por ejemplo, citaron el incidente de la explosión de una bomba durante los Juegos Olímpicos de Atlanta 1996. Ningún país se retiró en aquel momento; tampoco ninguna nación sufrió la pérdida de un miembro. Otros también han criticado la decisión togolesa porque la consideran un “triunfo para el terrorismo”. Los puntos de vista son muy diversos; sin embargo, en algo sí parecen coincidir todos: el incidente dañó la imagen del fútbol africano.

Cinco meses antes de que Sudáfrica reciba a las 32 selecciones clasificadas a la primera Copa Mundial que tendrá lugar en el continente más pobre del planeta—y también a los millones de fanáticos que acompañarán a sus equipos favoritos—la inseguridad vuelve a ocupar titulares. Los sudafricanos comprendieron esto y por eso convocaron a varias conferencias de prensa para explicar, nuevamente, su estrategia de protección durante la Copa.

El enorme presupuesto de 90 millones de dólares incluye la preparación de un cuerpo de 200 mil policías, de los cuales al menos 2 mil 500 se encargarán de la seguridad de las delegaciones. No obstante, persisten las dudas en los turistas. No se puede olvidar que la Copa es un gran espectáculo que demanda importantes inversiones; pero que proporciona enormes dividendos al país organizador, sobre todo por el turismo. Por tanto, la inquietud sudafricana es muy comprensible.

Las preocupaciones por la seguridad son lógicas; aunque también la cobertura constante y alarmista de varios medios de comunicación sobre los sucesos en Angola pretende generalizar el problema a todo el continente. De cualquier forma, los hechos están allí: gritos, peleas y ahora también ataques directos. Duele comprobar que las acciones para liberar al fútbol no han sido efectivas, por lo que todavía el más universal de los deportes parece un rehén en manos de los extremistas.

Publicado en Cubasí

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