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El legado del béisbol olímpico: de Atlanta hasta Atenas

Omar Linares en Atlanta 1996
Omar Linares en Atlanta 1996

El debut del béisbol como deporte olímpico oficial en la cita de Barcelona 1992 mostró la total superioridad de una selección cubana que se mantuvo invicta durante varios años en los principales torneos internacionales. El panorama no cambió mucho en los años siguientes al triunfo en la Ciudad Condal: Cuba fue considerada la amplia favorita para retener su corona en los Juegos de Atlanta 1996.

Un majestuoso estadio Atlanta Fulton County—tristemente destruido al concluir la Olimpiada— acogió a la segunda presentación del béisbol y otra vez la ofensiva cubana se hizo sentir, incluso con mayor fuerza que en 1992.  En el torneo se impusieron la mayoría de los récords que todavía están vigentes.  Los cuadrangulares abundaron y pocos lanzadores pudieron escapar del castigo.

Jorge Fuentes recibió la responsabilidad de mantener el título, aunque en esta ocasión el equipo recibió una mayor resistencia por parte de varias selecciones. Los cubanos presentaron una excelente nómina, con Omar Linares en la cúspide de su carrera deportiva; sin embargo, faltaban algunos de los veteranos que habían pasado a un retiro forzoso, uno de los puntos más tristes de la historia de la pelota nacional en las últimas décadas.

Ya no estaban ni Víctor Mesa ni Lourdes Gourriel, entre otros;  no obstante, la alineación era muy fuerte, con Juan Manrique como receptor; Lázaro Vargas improvisó muy bien en la primera base; Antonio Pacheco defendió la segunda; Eduardo Paret fue el campo corto; Linares en tercera, con Miguel Caldés, José Estrada y Luis Ulacia en los jardines. De ellos tres, solo “Pepito” Estrada había jugado con regularidad el jardín central.

Desde el primer desafío la ofensiva mostró todo su poder; mientras el cuerpo de lanzadores permitió demasiadas carreras. La utilización de una pelota viva influyó decisivamente en los abultados marcadores que prevalecieron a lo largo del torneo.

En la etapa clasificatoria los cubanos terminaron invictos; pero encontraron una férrea resistencia en Japón, Estados Unidos y Nicaragua, los restantes finalistas. Contra los nipones, el equipo venció en extrainnings; los norteamericanos venían precedidos de una gran fama y en el juego más esperado, los bateadores antillanos se impusieron desde el principio y Pedro Luis Lazo pudo contener la remontada estadounidense en los últimos capítulos; los nicaragüenses jugaron sin presión y Cuba solo ganó por una carrera de diferencia.

La semifinal se presagiaba complicada ante Nicaragua; sin embargo, sucedió lo contrario y fue un fácil triunfo por 8 a 1. Japón protagonizó la gran sorpresa y derrotó a Estados Unidos, gracias al trabajo de su estrella, Masanori Sugiura.
Un día después, el mismo Sugiura subió al montículo contra Cuba en el desafío por el título. La osadía le salió cara porque los enormes cuadrangulares de Omar Linares y Orestes Kindelán, en los primeros episodios, les dieron a los cubanos una cómoda ventaja de 6 por 0 y Sugiura se marchó a las duchas más rápido de lo esperado. Los nipones no se dieron por vencidos y un jonrón con bases llenas de su cuarto bate, ante las ofertas del derecho Omar Luis Martínez, empató inesperadamente el desafío.

En ese momento, el mejor bateador de la pelota cubana después de 1959, Omar Linares, volvió a demostrar toda su clase y con dos cuadrangulares más aseguró el título con marcador de 13 a 9. Linares tuvo un torneo fuera de serie porque en total conectó ocho cuadrangulares e impulsó 16 carreras; aunque Orestes Kindelán lo superó en los dos departamentos: el Tambor Mayor, como llamaron al santiaguero por un largo tiempo, acumuló una cifra récord de nueve jonrones y 18 impulsadas.

Entre los lanzadores, Omar Luis fue el más destacado, con tres triunfos dentro de un staff que promedió para 6,31, lo que demuestra el pobre trabajo del pitcheo en Atlanta.

Cuba era el campeón vigente de la mayoría de los torneos internacionales; pero algunos presagiaban el fin de ese amplio dominio después de la aprobación de los profesionales y la introducción del bate de madera.

SYDNEY 2000: MADRUGADAS INOLVIDABLES

La situación del béisbol cambió a partir de 1999, fecha en la que se permitió la entrada de los profesionales. En este nuevo panorama, la selección cubana se impuso en los Juegos Panamericanos de Winnipeg, aunque sufrió dos derrotas y estuvo a punto de quedar fuera de la cita estival de Sydney. Un cuadrangular de Omar Linares y un gran relevo de José Ibar y Pedro Luis Lazo dieron el triunfo contra Canadá y la ansiada clasificación.

Para Sydney, Cuba presentó a un nuevo director, Servio Borges, y un elenco lleno de figuras veteranas. La enorme diferencia horaria con la ciudad australiana—16 horas—obligó a muchos a mantenerse despiertos durante las madrugadas y así poder seguir la actuación del equipo que buscaba su tercera corona olímpica consecutiva.

Las cosas comenzaron muy bien luego de los triunfos ante Sudáfrica, 16 a 0, e Italia, 13-5; pero ya en el tercer partido, contra Corea del Sur, el equipo mostró las deficiencias que los acompañarían a lo largo del evento: un bateo poco oportuno y un cuerpo de lanzadores que no supo sacar los outs más importantes.

En la cuarta presentación cubana, los problemas aumentaron y un desconocido equipo holandés venció por cuatro carreras a dos y de esta forma terminó con la cadena de victorias consecutivas antillas en Olimpiadas que se extendió a 21 desafíos desde 1992.

Los cubanos se recuperaron del revés y vencieron a los rivales más complicados: Australia 1-0, Japón 6-2 y Estados Unidos 6-1. Esto les posibilitó concluir en la primera plaza y enfrentar al cuarto clasificado en la semifinal.

Japón asistió a Sydney con un gran equipo, formado por algunas de las estrellas de su torneo profesional, incluido el veterano Masanori Sugiura, un hombre obsesionado con derrotar a Cuba. En un cerrado duelo, los cubanos triunfaron 3 por 0 y avanzaron a su tercera final olímpica.

Allí los esperaba Estados Unidos, una selección que agrupó a varios de los talentos más importantes de Triple AAA, junto a algunos jugadores que militaron, en alguna oportunidad, en las Grandes Ligas, como el receptor Pat Borders y el jardinero Ernie Young.

En el duelo final, el veterano mentor Tom Lasorda optó por el derecho Ben Sheets—hoy una gran figura de los Cerveceros de Milwaukee en las Mayores—, un hombre sin mucha velocidad y con un excelente control; mientras por Cuba la designación de Pedro Luis Lazo como abridor todavía sigue siendo polémica. Lazo no estuvo bien y en el primer episodio, el tercer bate Mike Neill disparó un largo jonrón que decidió el partido. Los relevistas no pudieron contener a los norteamericanos y Ernie Young selló la victoria con un jit impulsor de dos carreras. Del resto se encargó Sheets quien lanzó las nueve entradas, no permitió carreras, solo tres imparables, sin bases por bolas.

La tragedia del béisbol cubano estaba consumada. Era el fin de una generación—tal vez la más grande de todos los tiempos. Ni Linares, Kindelán, Pacheco, Germán Mesa, Luis Ulacia, Omar Ajete o Lázaro Valle actuarían en otra Olimpiada. Fue una triste despedida olímpica para un grupo de hombres que durante décadas lo dieron todo sobre el terreno.

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