
Hikaru Nakamura no necesita presentaciones: es el número dos del ranking mundial, solo por detrás de Magnus Carlsen. Sin embargo, en lugar de verlo disputar el Grand Swiss 2025, donde se congrega la élite global del ajedrez, lo encontramos ganando invictos campeonatos estatales en Estados Unidos, torneos con premios modestos y rivales muy por debajo de su nivel. ¿La razón? No es el dinero ni el rating, es la burocracia de la Federación Internacional de Ajedrez (FIDE).
El requisito de las 40 partidas
La FIDE exige que, para optar a la plaza por ELO en el Torneo de Candidatos 2026, los jugadores deben disputar al menos 40 partidas clásicas en el año. En seis meses, Nakamura apenas sumaba 18, muy lejos de esa cifra. De ahí nació la idea: recorrer torneos abiertos de EE.UU., acumular juegos y mantener su altísimo ELO sin arriesgarlo contra rivales de elite.
El “tour” por campeonatos estatales
Primero fue Luisiana, donde Hikaru arrasó con un 7/7 frente a jugadores cuyo ELO rondaba los 2200 puntos. Luego, Iowa, con otro festival de victorias contra rivales incluso de 1800. Y lo anuncia con ironía en redes: “si el Grand Swiss te aburre, sígueme en mi gira por los campeonatos estatales”. No lo oculta: su meta son las 40 partidas.
Legal, pero cuestionable
Nakamura no viola ninguna norma. Lo recordó Susan Polgar: no hay trampa, él paga su inscripción, se deja fotografiar, analiza partidas y da a los aficionados una experiencia única. Pero para muchos en la elite ajedrecística, incluido Ian Nepomniachtchi, la imagen es pobre: un jugador de 2800 ELO cazando puntos en torneos casi amateurs.
No es el primero
El debate no es nuevo. En 2022, Ding Liren vivió la misma carrera contra el tiempo y también acumuló partidas en eventos de menor nivel para poder clasificarse…y luego terminó como campeón mundial. En 2023, Alireza Firouzja eligió un abierto francés por 700 euros en lugar del Mundial de rápidas y blitz de un millón de dólares, solo para mantener opciones en la lista ELO. Incluso Anish Giri en 2020 se ausentó del Grand Swiss para proteger su posición. En definitiva, la regla FIDE incentiva decisiones extrañas.
El gran ausente: el prestigio
Lo que nos indigna a muchos es el contraste: mientras la elite pelea en Samarcanda en el Grand Swiss, Nakamura opta por rutas mucho más cómodas. Sí, está en su derecho. Sí, completa las 40 partidas. Pero el segundo mejor jugador del planeta debería medirse con sus pares, no con rivales de mil puntos menos. El daño no es al reglamento, sino a la imagen del ajedrez profesional.
¿Hacia dónde va el sistema?
El caso Nakamura reabre un debate recurrente: ¿debería existir siquiera una plaza por ELO? Algunos proponen eliminarla, otros que las partidas cuenten solo contra jugadores del top 100. Lo cierto es que, mientras las reglas sigan como están, los grandes maestros seguirán encontrando grietas que explotar. Y Nakamura, pragmático como siempre, está demostrando que el ajedrez moderno se juega también fuera del tablero.
Realmente me resulta decepcionante ver a Nakamura en este “tour de Mickey Mouse”, cuando su nivel merece otra vitrina. No hace nada ilegal, pero sí algo que empaña el prestigio del circuito. El ajedrez necesita a sus estrellas enfrentando a las mejores, no en campeonatos locales donde el resultado está cantado —aunque el bueno de Naka quiera hacernos creer lo contrario—antes del primer movimiento.