
La esperé con ansias y, desesperado como suelo ser, no pude aguantar la tentación ante una carpeta que decía “F1 (Copa de cine). Una versión pirata que, como toda copia grabada subrepticiamente con una cámara escondida entre la ropa en un cine, tiene sombras cruzando frente a la cámara y publicidad de un sitio de apuestas recorriendo la pantalla. La copia llegó a mí a través del famoso paquete semanal, que ha vuelto a cobrar protagonismo gracias a la inefable Etecsa y su paquetazo de precios.
Dicho esto, y pese a la calidad irregular del archivo, puedo decir que F1 (2025), protagonizada por Brad Pitt y dirigida por Joseph Kosinski (Top Gun: Maverick), no defrauda… aunque se toma su tiempo en la pista.
La historia gira en torno a Sonny Hayes (Pitt), un veterano piloto que regresa a la F1 para ayudar a levantar una escudería ficticia, APXGP, cuyo propietario es un ex piloto y amigo suyo (Javier Bardem, impecable) y guiar a un joven talento (Damson Idris). Lo de siempre: redención, velocidad, mentoría, choques (emocionales y mecánicos), y la lucha por demostrar que aún hay gasolina en el tanque.
Lo mejor: las carreras… y lo peor, también
Kosinski se tiró de cabeza al realismo. Las escenas en pista están filmadas durante Grandes Premios reales, con monoplazas auténticos, cámaras montadas sobre los autos, y un sonido que —incluso en una copia de cine— logra impresionar. La sensación de velocidad, de tensión en cada curva, está ahí, viva y vibrante.
Y no es solo por los recursos técnicos: el respeto por el mundo de la F1 se nota. Hay cameos (desde Lewis Hamilton, que fue uno de los productores, hasta Fernando Alonso y Toto Wolff), circuitos reales, equipos del paddock y un esfuerzo genuino por no hacer una caricatura del deporte. A los que amamos el mundo de la F1, eso se agradece.
Ahora bien, el gran pero de la película es precisamente que se emociona demasiado con su mayor virtud. Las escenas de carrera son largas. Muy largas. Tanto que, por momentos, uno siente que está viendo la transmisión de un GP de verdad. Y aunque eso tiene su encanto, también le resta dinamismo a la historia, que por momentos se siente encajada entre una y otra vuelta. Esa escena semifinal, perdón por el spoiler, del beso entre Sonny y la ingeniera del equipo poco faltó para que saliera el castillo de Disney por detrás.
El drama fuera de pista
Brad Pitt está correcto, como siempre. No sorprende, pero convence. Damson Idris lo acompaña con solvencia, y el reparto secundario —Kerry Condon, Javier Bardem, Tobias Menzies— le da solidez a una trama que, si bien predecible, se deja seguir.
El problema es que el guion no se arriesga demasiado. Sigue la fórmula del cine deportivo al pie de la letra. No hay grandes giros, ni escenas que queden grabadas en la memoria. Todo es correcto, funcional… como un motor bien afinado que no rompe récords, pero tampoco falla.
F1 es una película que vale la pena ver, especialmente si eres, como yo, seguidor del automovilismo. ¿Es perfecta? No. ¿Es memorable? A ratos. ¿Te va a acelerar el pulso? Definitivamente. Solo que, como esos Grandes Premios que se alargan con safety cars y estrategias conservadoras, por momentos uno quisiera que alguien —quizás el propio Pitt— le gritara al director: «box this lap, box now!»