Su cuerpo ya no aguantó una cirugía más y el boricua Carlos Delgado optó por la mejor decisión: retirarse. Curiosamente, el béisbol latino recibió en una semana la noticia del retiro de dos de sus mayores estrellas de la última década, solo que uno lo hace con la frente en alto, después de entregarlo todo, mientras el otro, Manny Ramírez, se marcha de las Grandes Ligas con muchos millones de dólares, pero con una reputación de tramposo que, de seguro, nunca podrá borrarse.
De Carlos Delgado siempre recordaré su última vez al bate, contra Cuba, en el primer Clásico Mundial, en 2006. Él estaba lesionado, pero salió como emergente, en el noveno capítulo y casi sin poder afincar su pierna, conectó un imparable que puso a soñar a todo el “Hiram Bithorn”, aunque de nada valió ese gesto valiente del boricua, porque el cerrador cubano Vicyohandri Odelín ponchó a Iván Rodríguez y la Isla avanzó a la semifinal de aquel torneo.
Luego Carlos, que acabó con los lanzadores de la Liga Americana, cuando vestía el uniforme de los Azulejos de Toronto, firmó con uno de mis equipos favoritos, los Florida Marlins. Allí tuvo buenos números, pero después de su salida, las lesiones no le permitieron hacer mucho con los Mets de Nueva York.
Un hecho muy significativo sobre Delgado fue su apoyo a los más necesitados, a través de la “Fundación Extra Bases”. Lástima que otros no hubieran seguido su ejemplo. Las Grandes Ligas le otorgaron a Carlos el premio “Roberto Clemente”, en 2006, un galardón que se entrega cada año a aquellos jugadores que más ayudan a su comunidad.
Quizás el gran sueño de Carlos, alcanzar los 500 jonrones, haya sido su gran deuda, pero sus números podrían llevarlo, en cinco años, al Salón de la Fama, en Cooperstown.