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Cuando el algoritmo de la IA pita en la NBA

La NBA acaba de abrir una puerta que cambiará para siempre el modo en que entendemos el arbitraje. Por primera vez, una liga profesional de baloncesto integra de forma sistemática un sistema de apoyo automatizado, capaz de detectar con precisión milimétrica el movimiento del balón, los pies y las manos de los jugadores. No se trata de reemplazar a los árbitros humanos, sino de dotarlos de ojos y oídos digitales que los ayuden a acertar más.

Como periodista y amante del baloncesto, confieso que me entusiasma esta revolución. No porque crea que los algoritmos deban decidir quién gana, sino porque la justicia —esa palabra tantas veces invocada y tan pocas veces garantizada en el deporte— merece aliados tecnológicos.

Un salto de época: del silbato al algoritmo

La decisión de la NBA no llega por sorpresa. Durante los últimos años, el baloncesto ha ido incorporando tecnología de forma gradual: sensores en las zapatillas, cámaras que generan repeticiones tridimensionales y plataformas que analizan cada posesión en tiempo real. Pero lo que comienza en la temporada 2025-26 es distinto: la inteligencia artificial entra directamente en la toma de decisiones arbitrales.

El sistema, conocido como automated officiating, combina visión computacional, machine learning y una red de cámaras 3D colocadas en cada estadio. Es capaz de rastrear dedos, pies y el balón en el espacio con una exactitud imposible para el ojo humano. En jugadas de interferencia ofensiva, goaltending o salidas de balón, el algoritmo puede emitir una alerta inmediata al equipo arbitral, acompañado de imágenes digitales que muestran qué ocurrió.

“Si acertamos más en las jugadas objetivas, los árbitros pueden concentrarse en las que realmente requieren criterio”, explicó Evan Wasch, vicepresidente ejecutivo de estrategia y análisis de la NBA. Esa frase resume el espíritu del cambio: menos polémica, más precisión.

Justicia y velocidad, dos metas que la IA puede cumplir

Quien haya visto una revisión de jugada en los últimos años sabe cuánto tiempo puede demorar. Tres árbitros observando distintas cámaras, conferencias eternas, minutos que enfrían el ritmo del partido. La IA promete terminar con eso.

La NBA no está sola en este camino. El béisbol ya prepara el debut de los llamados “umpires robot”, que revisarán bolas y strikes a partir de inteligencia artificial. En el tenis, Wimbledon eliminó los jueces de línea humanos. Y el fútbol, con el VAR semiautomático, también ha entrado en la era del algoritmo.

La diferencia es que el baloncesto es un deporte de contacto constante, donde la interpretación pesa tanto como el reglamento. Por eso la NBA insiste: el árbitro humano no desaparecerá. Más bien, su rol se redefinirá. En lugar de vigilar cada pisada, podrá concentrarse en lo que las máquinas no entienden: el criterio, la intención, el ritmo emocional del juego.

La alianza entre árbitros y tecnología no será sencilla, pero es inevitable. Lo mismo pensaron los pilotos cuando llegaron los autos autónomos o los médicos ante la radiología digital. La historia demuestra que la tecnología no destruye profesiones, las transforma.

Riesgos reales, miedos legítimos

No todo es celebración. Algunos jugadores temen que la automatización elimine la humanidad del básquet. “El juego también se siente, no solo se mide”, dijo recientemente un veterano de la liga. Y tiene razón: la emoción es parte del espectáculo.

Otros cuestionan la transparencia: ¿quién audita al algoritmo? ¿Qué ocurre si los modelos están sesgados o entrenados con datos incompletos? La confianza, en el deporte como en la vida, no se programa fácilmente.

También hay debates sobre privacidad. Los sensores que registran cada movimiento generan millones de datos sobre el cuerpo de los atletas. Saber quién controla esa información —y con qué fines— será un tema clave en los próximos convenios colectivos.

Aun con esos dilemas, estoy convencido de que la inteligencia artificial hará el deporte más justo. No porque sea infalible, sino porque reduce la arbitrariedad. Durante décadas, los errores humanos han marcado finales, provocado escándalos y dejado cicatrices en la historia de los fanáticos.

Si un sistema puede ayudar a evitarlo, bienvenido sea. El básquet, como cualquier disciplina, merece evolucionar con su tiempo. Y si la justicia deportiva encuentra en los algoritmos un aliado, los árbitros no serán sus víctimas, sino sus mejores cómplices.

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