El partido de vuelta de la final de la Copa Libertadores, el tan publicitado Súper Clásico entre Boca Juniors y River Plate entrará en la historia como uno de los peores momentos del fútbol latinoamericano, pero no solo por las piedras que rompieron los cristales del bus que transportaba a los jugadores xeneizes hacia el estadio «Monumental», sino también por la pésima manera en que manejó esta crisis la organización que rige los destinos del más universal de los deportes en Sudamérica.
Llevo más de una hora viendo los reportes de varias televisoras sobre lo ocurrido en Buenos Aires y cada imagen confirma que las barras bravas han vuelto a tomar de rehén al fútbol argentino.
La posición de la Conmebol fue lamentable. ¿En serio valía la pena desarrollar el partido en esas condiciones? ¿Para complacer a quién? A las televisoras supongo. El solo hecho de contemplar la posibilidad de seguir adelante con el «Súper Clásico» reafirma que, en las estructuras de la FIFA, poco ha cambiado.
Boca y River jugarán el partido de vuelta, en algún momento; pero poco importará ya.