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Las Malvinas estarán en la Olimpiada de Londres

Escena del spot filmado en Malvinas donde se ve a un deportista argentino entrenando y que finaliza con la leyenda: 'Para competir en suelo inglés nos entrenamos en suelo argentino'
Escena del spot filmado en Malvinas donde se ve a un deportista argentino entrenando y que finaliza con la leyenda: ‘Para competir en suelo inglés nos entrenamos en suelo argentino’

Cuando Diego Armando Maradona marcó aquellos dos inolvidables goles, ante Inglaterra, en los cuartos de final del Mundial de México, en 1986, yo apenas comenzaba el preescolar y por supuesto que no sabía nada del Pelusa, ni de la Guerra de las Malvinas.

Con el paso del tiempo admiré la “mano de Dios” y la espectacular corrida desde más allá del medio campo de Maradona que concluyó con el gol más célebre en la historia de los Mundiales; pero todavía seguía sin comprender cuánto había significado para Argentina ese triunfo deportivo sobre el “enemigo”.

Esa comprensión llegó para mí con el estudio de la historia universal y la lectura de la mayor cantidad de fuentes, para tratar de alejarme de las tergiversaciones propias de triunfadores y derrotados. No creo que después de 1982 ningún enfrentamiento deportivo entre ingleses y argentinos haya quedado desprovisto del elemento político. De seguro ha habido manipulaciones, en ambos lados; pero es indudable que el conflicto, exacerbado por la cobertura mediática, está allí y es muy latente.

Sobre problemas y politización del deporte los cubanos tenemos una larga experiencia y por eso cuando chocan cubanos y norteamericanos, en realidad detrás del resultado deportivo se esconden—a veces son demasiado evidentes—intenciones discursivas políticas, también de ambos lados, que tratan de presentar una supuesta superioridad sobre el “otro”.

Desde la Casa Rosada, la presidenta Cristina Fernández—lo reconozco, la admiro por muchas cosas—ha colocado nuevamente en la mesa de discusión la soberanía de las islas Malvinas (Falkland, para los ingleses). Sus propuestas de diálogo, como era de esperarse, han sido olímpicamente ignoradas por los “vencedores” de la guerra de 1982; pero ella ha insistido en los más diversos foros de debate y de seguro mantendrá esa postura.

Fernández de Kichner recibió a los atletas de su país que participarán en los Juegos Olímpicos de Londres. Pensemos: argentinos + capital británica + ambiente político enrarecido = tormenta más allá del deporte. Esta relación no es difícil de establecer y la mandataria la abordó de manera directa—ojalá en Cuba tomáramos ejemplo de esto —: “están esperando que hagamos cualquier tontería, pero nosotros no mezclamos las cosas (…) no necesitamos hacer ninguna cosa que entorpezca el deporte, nuestros derechos los defendemos en los foros que corresponden (…) allí vamos a competir en deporte porque representamos la bandera”.

Sus palabras me parecen atinadas; pero para mí está claro que, aunque el discurso oficial de Argentina mantenga una posición, en realidad cada triunfo en suelo inglés—y más si fuera sobre el “enemigo”—se disfrutará doblemente. El deporte, como actividad social, está atravesado por diversas mediaciones y entre ellas también está la política; pero quizás el peligro radique en politizar demasiado un gol, una carrera o un cuadrangular.

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