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Mar adentro junto a Deborah Andollo

El mar la fascinó desde pequeña. En las playas de La Habana solía pasar no pocas tardes; aunque de seguro la niña que soñaba con ganar medallas en la natación nunca imaginó que dos décadas después sería capaz de descender hasta las profundidades del reino de Poseidón, gracias a su impresionante capacidad pulmonar y a una estricta preparación, basada en el yoga.

Deborah Andollo probablemente no recuerde exactamente cuándo aprendió a nadar; pero ya desde los cuatro años comenzó a practicar seriamente la natación y a los 11 decidió pasar al nado sincronizado, modalidad en la que se mantuvo por más de una década. La experiencia adquirida con el paso del tiempo la impulsó hacia la capitanía del equipo cubano y, sin dudas, el momento cumbre llegó en los Juegos Panamericanos de 1991.

La capital cubana acogió a la oncena edición de la cita multideportiva más importante del continente y en el entonces recién inaugurado complejo de piscinas en La Habana del Este, Andollo lideró a la selección nacional que conquistó el tercer lugar en la competencia por equipos. Esta fue una excelente manera de retirarse y en 1992, a los 25 años, Deborah intentó triunfar en una nueva carrera, en la que el mar también sería protagonista: el modelaje submarino.
Su bella figura—aunque no es muy alta, 1,63 metros—llamó la atención de los jurados; sin embargo, la llamada “Novia de Neptuno” aspiraba a más y optó por lanzarse de lleno en la inmersión profunda, una actividad muy riesgosa y que solo algunos cientos de elegidos en todo el mundo son capaces de practicar con éxito.

Los años de duro entrenamiento a los que sometió su cuerpo fueron un elemento imprescindible para comprender las increíbles marcas que establecería Deborah a lo largo de una década. Su capacidad pulmonar de ¡seis litros! que le posibilitaba contener la respiración durante más de cuatro minutos consecutivos la hizo diferente; además, el yoga la dotó de la resistencia mental necesaria para mantener la calma en lo más profundo del océano.

No hubo que esperar mucho tiempo para que aparecieran los récords. En noviembre de 1992, en la Isla de la Juventud—uno de los sitios más visitados en Cuba por submarinistas—Deborah descendió hasta los 60 metros, con lastre constante, es decir, llevaba un pesado cinturón y únicamente podía impulsarse con sus piernas. Esta modalidad es de las más exigentes porque sus practicantes quedan imposibilitados de tocar la cuerda que sirve de guía. La cubana estuvo sin respirar dos minutos y 16 segundos.

En el siguiente lustro amplió su marca mundial hasta los 65 metros, en lastre constante. Con esto hubiera sido suficiente para considerarla una mujer fuera de serie; no obstante, Deborah también intentó y tuvo éxito en otras modalidades.

La seguridad mostrada al bajar hasta los 60 metros de seguro sirvió como estímulo. Las dudas quedaron atrás y Andollo tal vez comprendió en ese momento que podía seguir brillando. Ella  intensificó su entrenamiento y se multiplicaron las pruebas en cuerpo libre—descender y ascender apoyada en la cuerda que fija la distancia recorrida—y también en lastre variable, una de las modalidades más complejas, porque la atleta penetra en el mar montada en un vehículo cuyo peso representa, aproximadamente, el 30% de su cuerpo. Al llegar a la profundidad esperada, abandona el transporte y sube a la superficie.

En mayo de 1995 Deborah decidió asombrar al universo del submarinismo y lo consiguió de una espectacular manera. Todas las miradas estaban concentradas en Cayo Largo, donde la cubana se disponía a llegar más profundo que ninguna otra mujer en la historia, hasta ese momento, sin máscara ni patas de ranas. La hazaña parecía muy difícil de completar, porque los aditamentos forman parte esencial del submarinista.

Deborah, como era habitual, inició un largo ejercicio de concentración, en medio del respetuoso silencio que le ofrecieron los testigos del récord. Así estuvo algunos minutos. Dio la señal y su cuerpo se perdió en el mar. Un minuto, dos. Cuando solo faltaban ocho segundos para los tres, impulsada por la enorme fuerza de sus piernas, Deborah emergió del agua, con las manos en alto, en señal de victoria.

Esa tarde alcanzó los 60 metros en la modalidad que se conoce como “cuerpo libre”. Seis años después, ya con 34 y de regreso en la Isla de la Juventud, Deborah rompió su propia marca, al descender hasta los 74 metros. Ni siquiera los más famosos hombres habían llegado hasta allí en “cuerpo libre”.

Pocas cosas le quedaban por demostrar a la cubana; pero un récord parecía resistirse, el de “no límites”, impuesto en noviembre de 1989 por la italiana Angela Bandini. Para inscribir su nombre una vez más en el libro de récords Deborah tendría que penetrar, montada en un vehículo, y con un lastre de 31 kilogramos,  más de 107 metros en la profundidad del mar.

El sitio escogido para la prueba fue Pasaje Escondido, cerca de Punta Francés. Era mayo de 1996 y la prensa especializada no quiso perderse la osadía de Andollo. El reto era inmenso, pues muchos pensaban que la marca de Bandini se mantendría por mucho más tiempo. Los que dudaban de los pulmones de Deborah, de su empeño y extraordinaria fuerza mental no tuvieron otra alternativa que aplaudir y escribir decenas de artículos después que, completamente agotada, pero feliz, la cubana salió del mar con la tablilla en la mano donde podía leerse: 110 metros.

Hasta 2002 estuvo Deborah extendiendo los límites del ser humano. La fama y el reconocimiento de la comunidad submarinista del mundo nunca la han abandonado. En Cuba fue seleccionada en dos ocasiones entre las diez mejores atletas de 1996 y 1997. En los comienzos del siglo XXI ya no tenía las condiciones físicas para continuar las inmersiones profundas; sin embargo, la atracción hacia el mar era demasiado fuerte y la “Novia de Neptuno” quiso mantenerse vinculada a la protección de los océanos, como presidenta de la Federación cubana de actividades subacuáticas.

Publicado en Habana Radio

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