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Historia de las Olimpiadas de ajedrez

La Olimpiada Mundial de ajedrez reúne a los mejores ajedrecistas del mundo
La Olimpiada Mundial de ajedrez reúne a los mejores ajedrecistas del mundo

Era 1924 y París se preparaba, o al menos eso se decía, para acoger por segunda ocasión a unos Juegos Olímpicos. Ya en 1900 la capital francesa había organizado una cita estival, aunque aquel encuentro en los inicios del siglo XX todavía es recordado como uno de los peores de la historia. En 1924 muchos esperaban que no se repitiera el mal momento, entre ellos, el barón Pierre de Coubertin, el restaurador de los Juegos.

En ese ambiente, la Federación francesa de ajedrez intentó incluir a este deporte en el programa oficial de la Olimpiada; sin embargo, la gran idea no pudo concretarse porque surgieron problemas a la hora de distinguir entre “ajedrecistas profesionales y amateurs”.

Por esa época—que hoy nos parece tan lejana, no solo por la cantidad de años transcurridos—solo los atletas que no recibían dinero en las actividades deportivas podían actuar en las Olimpiadas y como la mayoría de los ajedrecistas ganaban pequeñas o medianas cifras por sus actuaciones, entonces el ajedrez no pudo ser parte de los Juegos de 1924.

Esto no detuvo a la Federación francesa y después de varias y complejas gestiones se pudo organizar la primera Olimpiada de ajedrez, aunque no es reconocida como tal por la Federación Internacional…que se creó el día de la clausura del evento parisino.

A París asistieron 18 naciones y 54 jugadores, aunque se notó la ausencia de importantes jugadores norteamericanos y alemanes. El campeón mundial, el cubano José Raúl Capablanca, no estuvo presente, al igual que Enmanuel Lasker y el futuro titular, el nacionalizado francés Alexander Alekhine. La primera cita no oficial fue ganada por Checoslovaquia, aunque a través de un complicado sistema mediante el cual los hombres competían de forma individual y luego se sumaban los puntos de cada uno para determinar al campeón por equipos.

En 1927, la Federación Internacional organizó en Londres su primera Olimpiada y Hungría resultó la triunfadora. A partir de esa fecha, el torneo se celebró de manera irregular y fue interrumpido en 1937 por el inicio de la segunda Guerra Mundial. La reanudación llegó en 1950 y dos años después comenzó el enorme dominio de las selecciones soviéticas quienes ganaron 12 olimpiadas consecutivas.

La cadena de triunfos quedó interrumpida en 1976 cuando los soviéticos y la mayoría de los países del entonces campo socialista, Cuba incluida, decidieron no asistir al torneo jugado en Israel. En 1978 los húngaros protagonizaron la gran sorpresa al dejar en la segunda plaza a los soviéticos; sin embargo, estos retomaron el control en 1980 y eslabonaron otra impresionante cadena de 12 títulos más, los últimos seis bajo el nombre de Federación Rusa.

La hegemonía rusa finalizó en Calviá 2004 cuando Ucrania, con Vassily Ivanchuk a la cabeza, desbancó a los favoritos. La situación empeoró en 2006, en Turín, donde los rusos ni siquiera culminaron entre los tres primeros lugares. Otra república ex-soviética, Armenia, se proclamó campeona.

En la Olimpiada de ajedrez no se reparte dinero entre los equipos ni jugadores; aunque los organizadores sí ofrecen medallas a las mejores actuaciones individuales por tableros, tanto en los hombres como en las mujeres. La selección ganadora recibe al final la Copa Hamilton-Rusell, un trofeo creado en 1927 por el magnate inglés Frederick Hamilton Rusell. Desde esa fecha, el campeón guarda la Copa durante dos años y luego la cede al próximo titular. Las mujeres tienen una tradición similar y su trofeo es conocido como Copa Vera Menchik, en honor a la primera monarca mundial.

El debut de la selección cubana en la Olimpiada de ajedrez ocurrió en Buenos Aires, en 1939 y el primer tablero fue José Raúl Capablanca. Sus mejores años ya habían pasado; pero en su regreso al país donde cedió la corona universal ante Alexander Alekhine, Capablanca jugó de forma impecable y mereció la medalla de oro al culminar invicto en el primer tablero, con siete triunfos y nueve tablas, para un total de 11,5 unidades de 16 posibles. Tres años más tarde moriría en Nueva York.

Un momento especial para el ajedrez cubano resultó la Olimpiada de 1966, celebrada en los salones del hotel Habana Libre. En aquella cita participaron casi todas las estrellas, incluidos varios campeones mundiales y resultó muy intensa la batalla ajedrecística—también política— sostenida entre los equipos de Estados Unidos y la Unión Soviética, liderados por Bobby Fischer y Boris Spasski, quienes discutirían en 1972 la corona mundial en Reykiavik, Islandia. Los cubanos, frente a su público, lograron un histórico avance hasta la ronda final del torneo habanero.

A partir de 1960 la presencia cubana en olimpiadas ha sido muy estable, con solo dos ausencias: en la cita de 1976, jugada en Israel y en la de 1992, en Manila, Filipinas.

La mejor actuación del equipo masculino pudiera considerarse el séptimo puesto, logrado en Calviá, Palma de Mallorca, en 2004; aunque en 1990, en Novi Sad, por entonces Yugoslavia, la selección también finalizó en el séptimo lugar; pero el papel en tierras españolas cobra mayor relevancia si se analiza el panorama del ajedrez después de la desintegración de la Unión Soviética que elevó el número y la calidad de los participantes en la Olimpiada.

Individualmente, tres ajedrecistas cubanos han logrado medallas en olimpiadas: oro de Capablanca, en 1939, Reinaldo Vera, oro y Silvino García, bronce. En las 24 participaciones nacionales, el equipo nunca ha sido barrido por 4-0 y esto constituye, sin dudas, un hecho realmente significativo. Otras cifras reflejan el buen papel histórico: de los 388 matches jugados, Cuba ha triunfado en 175, empatado 87 y ha cedido en 126.

En los últimos tiempos se han alzado diversas voces que piden un mayor esfuerzo de los directivos de la Federación Internacional para lograr una posible incorporación del ajedrez al programa oficial de competencias de los Juegos Olímpicos de verano. La idea no parece descabellada, aunque tal vez no haya despertado un gran interés entre los ajedrecistas. Mientras se llega a una decisión final sobre este tema, el mundo de las 64 casillas, los reyes, reinas y peones continúa con su propia Olimpiada, regida por sus leyes, ahora también con controles antidopaje, cambios de nacionalidades y atletas que prefieren no asistir. Nada más parecido a las citas estivales.

Publicado en el sitio de la emisora Habana Radio

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